Los 100 años de la Asociación Argentina de Polo: el hito que cambió la historia e hizo que el país dominara mundialmente un deporte
La entidad cumple un siglo organizando y fomentando la actividad que su nación lidera; el antecedente disruptivo que la suscitó y las causas de una supremacía “demasiado” holgada
¿Cuántos deportes practicados en decenas de naciones son dominados por un país? El rugby, por Nueva Zelanda... hasta ahí. El básquetbol, por Estados Unidos. Sí, claramente, pero la medalla dorada olímpica ya no es segura para sus ¿dream teams? Las carreras pedestres de fondo son un duopolio, Etiopía-Kenia. El tenis de mesa y los chinos... que pueden perder. Y muchas disciplinas (hockey sobre césped, gimnasia artística, halterofilia...) se reparten entre muy pocos, pero no uno. ¿Existe un deporte mundial en el que una nación no pueda perder si presenta lo mejor que tiene? Es decir, que no haya ninguna chance de derrota. Que nadie dude de que va a ganar.
Nada parece asemejarse en ese sentido al polo y la Argentina. No hay Resto del Mundo que pueda presentarle seria batalla al mejor equipo de nativos albicelestes que se puede armar. Y esos extranjeros, que no son de una misma nacionalidad, juegan en canchas argentinas y tienen sus bases en Buenos Aires...
Los mejores polistas. Una enorme cantidad de excelentes caballos y canchas. Abundancia de torneos de primer nivel. Mucho público. Clubes diseminados en gran parte del territorio nacional. Y abundantes logros internacionales. ¿Cómo es que un deporte que tiene nombre tibetano, se originó posiblemente en Persia o China y renació en la modernidad en India tiene como líder mundial a la Argentina?
¿Cómo se construyó esa supremacía abrumadora, que el propio polo argentino quiere no sea tan amplia, porque como cabeza de un mercado económico no le conviene? Hace cien años pasó algo muy importante en ese sentido. Pero para hablar de ello, conviene remontarse un poco más atrás.
Según apunta Francisco Ceballos, jugador y dirigente, en El polo en la Argentina, escrito en 1948 pero publicado en 1969, “pullu” o “pulu” es una palabra tibetana que refiere al sauce, el tipo de árbol del que estaban hechas las bochas con se jugaba. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si el polo fue creado en China o en Persia en la prehistoria –o sea, antes de la invención de la escritura–, pero sí está claro que se lo practicaba en India muchísimo después, a mediados del siglo XIX. India era una colonia británica, los militares ingleses se interesaron por el juego castrense local y lo llevaron a su país, y el polo pasó a ser un divertimento de soldados aburridos a los que les sobraba tiempo, y sobre todo, una competencia entre regimientos.
Tras cierta reticencia inicial, el juego terminó gustando en la isla. Y se lo reglamentó y se lo exportó a los países en los que influía Reino Unido. Esa materia prima asiática con valor agregado europeo gustó mucho en América, en particular en dos países: Estados Unidos y la Argentina. De uno, Inglaterra era la madre patria; del otro, un proveedor de migrantes pujantes, trabajadores y calificados en la segunda mitad del XIX. “Gente [...] llegada al país [...] no como inmigrante necesitado de la ayuda oficial [...], sino en forma individual y libre de tutela gubernamental”, al decir de Ceballos.
Y con los británicos y su iniciativa llegaron los trenes y los deportes: el fútbol, el tenis, el golf, el rugby, el polo. No por nada la Argentina ha sido superior en fútbol a Brasil durante las primeras décadas y sigue siéndolo en las otras cuatro disciplinas. Y en una se convirtió en el mejor del mundo, lejos.
Radicados en las afueras de Buenos Aires y a los costados de la ruta nacional 8, donde varios pueblos dan cuenta de su presencia (Duggan, Todd, Maguire, Hughes, el cercano Wheelwright), los británicos esparcieron el polo por allí. Pero no sólo por allí. Había una cancha, con actividad, en Caballito, futuro barrio porteño. En 1875 se jugó una serie de partidos en la estancia apodada “Negrete”, entre Ranchos y Villanueva, no lejos de Chascomús. En el diario The Standard, el de la comunidad británica en el país, se anunció un partido en Cañada de Gómez en 1872. Y The Field señalaba que en Inglaterra se sabía que el polo había visto la luz en la Argentina en 1869 o 1870, según cita el historiador Horacio A. Laffaye en Polo en Argentina. Una historia, publicado en inglés.
El casco de la estancia "Negrete", no muy lejana a Chascomús, donde el 30 de agosto de 1975 hubo un festival de partidos cubiertos por la prensa; no fueron los inaugurales del polo en el país, pero sí los primeros que trascendieron con alguna masividad.
En 1888, cerca de la ruta 8, fue fundado Hurlingham Club, decano del polo en el país. En 1892 nació Polo Association of the River Plate (PARP), la institución rectora del deporte. Y al año siguiente, su PARP Championship, el antecesor del Abierto de Palermo. Tan fuerte se arraigó el polo en tierra pampeana que un informe de 1994 señaló que la Argentina era el país que más clubes tenía en el mundo, 21, contra 20 de Inglaterra, 10 de Irlanda (todavía parte de Reino Unido), ocho de Australia, cinco de Estados Unidos, uno de Escocia, uno de Nueva Zelanda y uno de Francia. Pero todo estaba atravesado por una impronta británica en el polo argentino. Tanto era así que en los primeros años posteriores a 1914 el Championship se vio afectado por la Primera Guerra Mundial: muchos jugadores se habían ido a combatir por su patria. Y algunos no volvieron.
¿Qué pasaba con los criollos? De a poco, de a muy poco, iban incorporándose. Recién el quinto equipo ganador del Championship, en 1895 (hubo dos certámenes por año en los primeros tres), tuvo argentinos nativos: Francisco Benítez y José y Sixto Martínez, peones de la estancia Las Petacas que compartían la formación con su patrón, Francis E. Kinchant... Inglés, claro. Recién el comienzo del nuevo siglo (1901) vio campeones a compatriotas y sólo a partir de 1915 los argentinos fueron habitués en eso de levantar The Championship Cup, que se disputaba en Hurlingham.
Y entonces fue formándose un segundo bando, el de los argentinos. ¿Estaba todo mal con los precursores? En absoluto: compartían equipos. Pero los latinos querían lo que toda población nativa de una colonia: voz y voto. No autonomía, sino participación y decisión.
Ya antes de la Gran Guerra había habido un intento de emancipación. En marzo de 1913 fue instituida la Asociación Nacional Argentina de Polo, con la pretensión de enviar un conjunto argentino de gira a Inglaterra. Con fondos aportados por Jockey Club, viajó en 1914 North Santa Fe, ganador del Championship el año anterior y formado por... cuatro ingleses. En fin. Pero ya en Europa, se lesionó un jugador, otro fue convocado para el seleccionado de Inglaterra y el cuarteto se desarmó. Lo mismo ocurrió con la novel Asociación Nacional, respaldado por los clubes militares pero no por los de origen británico.
Hubo una nueva gira en 1921, pero por Chile, donde un combinado argentino, con dos apellidos anglosajones (Nelson y Harrington), un español (Ceballos) y un vasco (Uranga) afrontó cinco compromisos y salió triunfador en cuatro. Entonces el impulso se renovó: los criollos querían algo propio. Llevar un seleccionado celeste y blanco a las islas británicas y mostrar lo suyo. Ingleses y estadounidenses dominaban el polo mundial, y los argentinos creían que tenían algo por decir en esa disputa. Para colmo, la final del Championship que Hurlingham A le había ganado a Las Rosas había sido un partidazo, entusiasmante. “Nunca se había visto ni se verá en la Argentina un match de tanta calidad”, exageró un polista.
Había dos problemas para la excursión transatlántica: el costo de un viaje largo en kilómetros y en estadía, y el rechazo de River Plate Polo Association a patrocinar giras como ésa. “Si la River no quiere auspiciarla, se funda otra asociación”, bramó alguien. Y quizás acicateados por el cisma que poco antes se había dado en otro deporte, entre la Asociación Argentina de Football (oficial, con Boca, Huracán, Estudiantes) y la Asociación Amateurs de Football (disidente, con River, Independiente, San Lorenzo, Racing), los rebeldes se lanzaron a lo suyo: constituyeron la Federación Argentina de Polo. Ese 15 de noviembre de 1921 fue un 9 de julio de 1816 en su deporte.
Muchos clubes apoyaron la acción; Hurlingham, como era de prever, objetó que se intentara desplazar a la PARP de la conducción del polo nacional. El disruptivo paso institucional estaba dado; faltaba conseguir algo para cumplir el anhelo de la gira con 40 caballos en barco: 167.500 pesos moneda nacional. Muchísima plata para la época, por supuesto. Pero no imposible de conseguir. Hubo polistas que cedieron animales y aportaron 80.000 pesos. Tres de los jugadores reunieron 52.000. Quedaba algo más de 35.000 por reunir, y otra vez apareció una contribución de Jockey Club.
Vaya si valió la pena. En el primer semestre de 2022 viajaron ocho polistas, que compusieron un equipo mayor y uno menor en representación de la Federación Argentina. El “A”, mientras estuvo intacto en sus integrantes, estuvo también invicto (sí hubo derrotas cuando actuó “incompleto”). Conformado por Juan Miles, Juan Diego Nelson, David B. Miles y Lewis Lacey (nacido canadiense de padres ingleses, pero criado en la Argentina), ganó 13 encuentros, anotó 117 goles y recibió 64. Y conquistó dos certámenes sobre cuatro, frente a conjuntos de clubes: el Abierto de Roehampton y el de Hurlingham, que era el principal de la temporada, el torneo nacional de Inglaterra. El bajo perfil con que el seleccionado llegó a Londres contrastó con la impresión que causó. “They have put Argentina on the map”, escribió un cronista inglés.
Aquéllos que "pusieron a la Argentina en el mapa": Lewis Lacey, David Miles, Juan "Jack" Nelson y Juan Miles, los protagonistas de la gira de 1922 de la selección argentina de polo, que ganó los abiertos nacionales de Inglaterra y Estados Unidos. (archivo/)
Ese “han puesto a la Argentina en el mapa” fue compartido por mucho. Y tal fue el éxito de la visita celeste y blanca, que la Asociación de Polo de Estados Unidos (USPA) invitó en junio al cuadro sudamericano a participar en un par de competencias. En medio del entusiasmo, el club Jockey cooperó con otros 25.000 pesos para costear el viaje al imprevisto destino y... vaya si valió la pena.
Una derrota inicial en un torneo menor, por 13 a 10 con cinco goles de ventaja para el rival, pareció hablar de cansancio de los caballos tras el traslado en barco. Pero Juan Miles, de 6 goles de handicap; Jack Nelson, de 6; David Miles, de 8, y el fenomenal Lacey, de 10, volvieron a la normalidad en el Abierto de Estados Unidos, que solía tener lugar en Meadow Brook pero ese año se desarrolló en Rumson. Debutaron en una semifinal con un 12-6 sobre Shelburne, y en la final se impusieron a Meadow Brook con otra goleada, 14-7. Ningún conjunto había obtenido en un año y con una misma alineación los abiertos nacionales de los dos países más poderosos del polo.
En la gira de 1922, la selección argentina de polo ganó los abiertos nacionales de Inglaterra y Estados Unidos; la cobertura de la segunda conquista por el diario LA NACION. (archivo/)
Después, dada la magnitud de la actuación argentina, los estadounidenses propusieron enfrentarse en una serie internacional no oficial. La selección local, con 40 de valorización, venía de recobrar la copa Westchester frente a los ingleses, y en este caso presentó 37 tantos en los dos amistosos, que ganó por 7-4 –bajo lluvia– y 5-4 ante 50.000 espectadores, según dicen. Eso no quitó méritos a los visitantes, que terminaban la gira del ‘22, una salida histórica al mundo con la Argentina como nuevo grande de este deporte. En medio había habido un tema por resolver...
Juan Diego "Jack" Nelson, un prócer del polo argentino: campeón de los abiertos de Inglaterra y Estados Unidos en 1922, ganador de la medalla dorada olímpica en París 1924 y tres veces presidente de la Asociación Argentina de Polo.
No tan difícil ya. El éxito de la excursión criolla debilitó la posición de la PARP. Difícil a esa altura, treinta años después del surgimiento de la River Plate, ya sin nueva inmigración y con más y más población autóctona, resistirse a las exigencias de los polistas. Ninguna descabellada, por cierto:
- nueva entidad con nombre argentino
- estatutos en español
- autoridades elegibles
- representación de todos los clubes del país
En su momento de gloria, fortalecida, la Federación tuvo una actitud magnánima. Quiso avanzar sin dejar de lado a la colectividad fundadora, por más que el polo a esa altura iba dejando de ser “cosa de ingleses” a ojos de la sociedad. El día en que debía comenzar el PARP Championship, en el inglesísimo club Hurlingham del todavía no conurbano, se reunieron unos y otros tras los primeros partidos del certamen y hubo fumata blanca: “Creyendo interpretar los deseos de ambas instituciones de fomentar el polo dentro del país, han resuelto propiciar la fusión de ambas entidades en una sola, que se denominará Asociación Argentina de Polo”, sostuvo el acta (que ya mencionaba como antecesora a la “Asociación de Polo del Río de la Plata”, en castellano).
El 14 de septiembre de 1922, entonces, fue creada la AAP. Hace 100 años. Nombre argentino, estatuto en español, directivos por elección y todos los clubes de la nación aglutinados. “Sin vencedores ni vencidos”, describió en su libro Francisco Ceballos, uno de los partícipes en aquella gira de 1921 por Chile y votado vicepresidente de la nueva entidad. Por encima de él, alguien de la otra rama del entredicho: Joseph A. Monroe Hinds. Tras los sufragios de los delegados de los 25 clubes, los apellidos británicos convivieron con los otros en el consejo directivo. Pax social en el deporte de los tacos y las bochas.
Joseph A. Monroe Hinds, el primer presidente de la Asociación Argentina de Polo, provenía de la "línea inglesa" y fue ampliamente votado en la elección, también por los delegados de la "línea argentina".
“De esta manera volvió la serenidad al ambiente polista y la Asociación Argentina de Polo comenzó sus tareas contando con la colaboración de todos los aficionados para hacer del polo argentino la hermosa realidad que es al presente”, escribió Ceballos en 1948, con la distancia temporal que permite poner en perspectiva las cosas. “Amalgamadas indisolublemente las dos entidades directrices y vuelta la tranquilidad a los espíritus, pudieron los dirigentes armonizar sus ideas y emprender la labor”, añadió.
Si la irrupción de la Federación había sido un 9 de julio de 1816 contra la River Plate, la fusión de ambas en la AAP fue un 1 de mayo de 1853, pero con casi diez meses de intervalo en el polo. La AAP fue una Constitución Nacional, un conjunto de acuerdos y de reglas para construir, desarrollar, afianzar, promover. Un entendimiento que aparecía federal desde lo nominal: del “Río de la Plata” se pasaba a la “Argentina”.
La teoría del acuerdo venciendo a la teoría del conflicto: en lugar de expulsar al extranjero que gobernaba, la pata local se amalgamó con él. Británicos –a esa altura, ya muchos “descendientes de”, no inmigrantes– y criollos montaron un mismo lomo para cabalgar hacia la grandeza. Juntos, hicieron del argentino el polo número 1 del mundo.
Aprovecharon las bondades de una nación aún próspera, pusieron manos a la obra. La Asociación envió equipos al interior para que se midieran con conjuntos locales y enseñaran; hizo préstamos para equipamiento de clubes; realizó conferencias cuyo contenido fue impreso en folletos; organizó torneos y patrocinó otros zonales; instituyó premios y envió fiscalizadores. Y todo, respetando la libertad, la iniciativa propia. “La institución directriz cuidó siempre un detalle importante: el no ser absorbente. Por lo contrario, tendió a que los clubes conservaran cierta autonomía en la estructuración y desarrollo de competiciones con otras instituciones afiliadas”, se complace Ceballos en su texto (por alguna razón publicado recién 21 años luego de ser escrito). Los resultados fueron visibles en seguida. Al poco tiempo, los clubes eran 26, y los deportistas registrados, 254, mayoritariamente del interior.
Juan Miles, Enrique Padilla, Juan D. Nelson y Arturo Kenny, los protagonistas argentinos olímpicos en París '24.
La AAP recurrió al estado nacional cuando valió la pena hacerlo. Tras una gestión, consiguió del gobierno una contribución para que un seleccionado argentino pudiera acudir con 35 caballos a París 1924, los primeros Juegos Olímpicos en los que la competencia fue por países. El cuadro conformado por Arturo J. Kenny (5 goles de handicap), Juan D. Nelson (7; capitán), Enrique Padilla (6) y Juan Miles (7), los “Cuatro Grandes del Sur”, se estrenó con un ¡15-2! a Francia en la cancha de Bagatelle y luego enlazó en la cancha de Saint Cloud un ¡16-1! a España, un 6-5 sobre Estados Unidos y un 9-5 contra Gran Bretaña, el 9 de julio. Un día ideal, con el aniversario de la independencia enmarcando la primera medalla dorada del olimpismo argentino en su historia.
Una escena de la goleada de la Argentina al local, Francia, en su estreno en los Juegos Olímpicos París 1924; el partido terminó 15-2, en la cancha de Bagatelle. (France-Presse/)
Las buenas noticias llaman a las buenas noticias. También en 1924, el Ministerio de Agricultura donó la Copa de Honor para premiar al campeón del certamen máximo (hoy tiene un torneo por sí misma), y la Cámara de Diputados de la Nación donó el trofeo más bonito que tiene el polo argentino a los protagonistas de la gira del ‘22, que decidieron que se lo pusiera en juego cada año en un campeonato abierto. Esa competencia vio la luz en 1926, justo el año en que por primera vez cuatro nativos argentinos (el propio Ceballos, Ramón Videla Dorna, Justo Galarreta y Padilla, por Hurlingham Martin Iron) conquistaron el Campeonato Argentino Abierto, sucesor del PARP Championship desde 1923. Más competencia levantó la exigencia, y así aparecieron nuevas mejoras.
Progresaron las canchas, tanto para el taqueo de los jugadores como para la seguridad de los caballos, gracias a emparejamientos de suelo y en muchos casos siembra y riego. Con el avance del piso, se pudo hacer un mejor juego, más colectivo y táctico, en el que se podía esperar adelante un pase y no tener que sumarse a una montonera para hacerse de la bocha. “Desaparecen los accidentes que antes eran comunes en los partidos de polo”, cuenta Ceballos en su obra. Y surgieron comodidades para el público, con mejores tribunas. Con fomento, inversión y difusión, todo creció: más competencias, más polistas, más caballos, más clubes, más espectadores.
La copa Westchester, que enfrenta a Inglaterra y Estados Unidos desde 1886.
Los años veintes fueron de institucionalización. Las bases estaban, pero faltaba agregar el cemento, los ladrillos. Y entonces emergieron más iniciativas. En la primera –tuvo tres– presidencia del olímpico Jack Nelson, se creó el Torneo de las Américas, un mano a mano entre Estados Unidos y la Argentina, que por reglamento no podía disputar la copa Westchester (EE. UU. vs. Inglaterra), y además se inauguró el Campo Argentino de Polo, en el predio que había pertenecido a la Sociedad Sportiva Argentina. Ya durante el mandato de Ceballos al frente de la AAP, en 1929 apareció un torneo singular: el Campeonato Nacional con Handicap, que permitía, y aún permite, enfrentarse a equipos sin límites de handicap (0 a 40 goles), y dividía, y aún divide, al país polístico en circuitos para que los ganadores regionales fueran a competir en una rueda final en Palermo, el lugar más prestigioso. Un estímulo a los clubes del interior y una chance de medirse con los mejores.
El Campo Argentino de Polo, una maravilla casi en el centro de una megalópolis. (Prensa Asociación Argentina de Polo/)
También ese año fue creado un club histórico, el más ganador de todos los tiempos en el alto handicap: Coronel Suárez. Y nació el Abierto de Hurlingham, porque el Argentino Abierto se mudó al escenario de la avenida Vértiz (hoy, Del Libertador) y Dorrego. En 1930 surgió Tortugas Country Club, una institución importantísima, y así se completaron las tres sedes de lo que hoy es la Triple Corona: Tortugas, Hurlingham, Palermo.Y en ese año, otro hito: Santa Paula.
Ya no una selección, sino un club argentino que triunfaba en el exterior. Con seis integrantes en su plantel, se fue a Estados Unidos y arrasó: 29 éxitos en 30 presentación. Y en Palermo siguió de fiesta, levantando la copa mayor. En 1931 repitió la visita al norte, se apoderó del Abierto de Estados Unidos y se convirtió en el equipo del pueblo: a su regreso, una multitud fue a recibirlo en Puerto Nuevo. A sus hinchas les ofrendó dos grandes alegrías más: el Argentino Abierto de 1933 y el de 1936.
Con logros como los de Santa Paula, el polo se volvía más popular. A pesar de sus costos, trascendía hacia el pueblo en general, que acudía cada vez más a las competencias. Por ejemplo, cuando la Argentina recibió al seleccionado estadounidense en 1932 para el segundo Torneo de las Américas, el primero como local. Un Palermo de tribunas pequeñas se desbordaba de gente, que no pudo festejar: como en Meadow Brook cuatro años antes, los norteamericanos ganaron en tres partidos. Y se quedaron con la Copa de las Américas, otro trofeo donado por gobernantes; en este caso, instituido ese mismo año por el presidente Agustín P. Justo.
La bella Copa de las Américas; Estados Unidos ganó las primeras dos disputas (1928, 1932), y la Argentina, las siguientes seis (1936, 1950, 1966, 1969, 1979, 1980).
Pero así como los veintes fueron los años de la institucionalización, los treintas fueron los de la cosecha y el paso al liderazgo mundial. Tanta repercusión tenía el polo por entonces que el Comité Olímpico Argentino tomó una decisión drástica para los Juegos Olímpicos Berlín 1936: asignó al seleccionado de la AAP 100.000 de los 200.000 pesos de su presupuesto total y dio de baja plazas en otros deportes. El costo de la defensa de la medalla dorada de París era de 150.000 pesos; la brecha de 50.000 fue cubierta por el Ministerio de Agricultura, el infaltable Jockey Club y la propia Asociación. Los jugadores y los caballos honraron el esfuerzo económico para apenas dos compromisos: golearon a México por 15 a 5 frente a 20.000 espectadores en el estadio Maifeld, y luego, ante 30.000 en la explanada contigua al Olympiastadion avasallaron a Gran Bretaña con un ¡11 a 0!
El plantel argentino en la Gare du Nord, de París, ciudad donde se preparó jugando algunos torneos con miras a Berlín '36; tras un paso por Amberes, Bélgica, para hacer nuevas prácticas, el grupo llegó a la capital alemana, donde consiguió la segunda y última medalla dorada olímpica en polo.
La nueva medalla dorada, la goleada, el invicto olímpico fueron dignos de celebración, pero un arma de doble filo: nunca más habría polo en los Juegos. Demasiado costoso, monopólico y no tan extendido por el planeta como para ser un deporte del atestado programa de competencias de los cinco anillos.
Más allá de la impronta política de los Juegos de Berlín, para el polo argentino el recuerdo es excelente: con dos goleadas y la victoria olímpica, se encaminó a convertirse en el mejor del planeta.
De todos modos, el gran 1936 de la selección albiceleste no se agotó en la capital alemana. Luis Duggan, Roberto Cavanagh, Andrés Gazzotti y Manuel Andrada, ya con el premio del Roble Olímpico extraído de la Selva Negra y plantado poco tiempo más tarde en el Campo Argentino, viajaron de Europa a Estados Unidos: otra Copa de las Américas. Y esa vez sí se dio la primera victoria. Apabullante, además: 21-9 y 8-4 en la serie al mejor de tres cruces, en Meadow Brook. Campeón olímpico y vencedor del mejor seleccionado hasta entonces: casi oficialmente, la Argentina pasaba a ser el número 1 del mundo en polo. Y nunca dejaría de serlo hasta hoy.
La Copa de las Américas en manos del peculiar Paisano Andrada; en 1936, una multitud presenció en Meadow Brook la primera conquista argentina en las series contra Estados Unidos; con ese lauro, el país pasaba a ser poco menos que oficialmente el dominador del polo internacional.
Porque siguió invirtiendo, adaptándose, compitiendo. Organizó un Campeonato Mundial en 1949: lo obtuvo, en Palermo. Participó en los Juegos Panamericanos de 1951, en Buenos Aires: también triunfó. Pugnó cinco veces más por la Copa de las Américas: ganó todas, acá y allá. Hubo visión de futuro cuando la AAP adquirió, en 1969, el predio de la estancia Carabassa, de Pilar, para contar con sus propias canchas, ocho, ampliadas a 12 en la actualidad, y con muchísimo uso. Propició la creación de la Federación de Polo Internacional (FIP, 1982), mediante el empuje de un emprendedor internacionalista: Marcos Uranga. Alojó, y conquistó, el primer Mundial de 14 Goles (1987). Y también el primer Mundial Femenino (2022).
El casco de la estancia Carabassa, hoy "el castillo" de la Asociación Argentina de Polo en su predio Alfredo Lalor, de Pilar, comprado en 1969 por la visión del entonces presidente; allí hay 12 canchas, cada vez de mayor uso.
En medio, un montón de otros hitos. Los grandes clásicos (El Trébol vs. Venado Tuerto, Coronel Suárez vs. Santa Ana, La España vs. Indios Chapalefú, La Dolfina vs. Ellerstina), las figuras de todos los tiempos (Juan Carlos Harriott –h. –, Adolfo Cambiaso), los predios espectaculares. La explosión de clubes y de profesionalismo. La cantidad de protagonistas surgidos de esta tierra, sean humanos o equinos, que actúan en el exterior. El polo argentino es el mejor del planeta.
Héctor Crotto, Alejandro Garrahan, Gonzalo Pieres y Abel Agüero obtuvieron la Copa Coronación en 1978, por Sud América; en la premiación participó la reina Isabel II.
¿Se trata todo de organización? ¿O hay más razones para semejante superioridad? Sí, varias. Se puede señalar seis causas como fundamentos de la supremacía:
- las grandes extensiones planas y fértiles en el territorio nacional, con buen clima: no cualquier país reúne tantas características topográficas y atmosféricas
- la cultura caballar: la Argentina es país campestre, hecho de a caballo
- la influencia británica: las colectividades inglesa, escocesa y galesa, más la irlandesa, introdujeron el deporte en el país y lo lideraron durante unos 50 años
- la ausencia de conflictos políticos importantes que afectaran a este deporte: Europa vivió guerras mundiales, en países asiáticos hubo regímenes hostiles a los deportes aristocráticos
- la pasión y la ambición deportivas: no existe nación en la que los chicos quieran tanto ganar partidos y dedicarse de grandes al polo como en la Argentina
- el “semillero”: abundan las escuelas de polo y los campeonatos infantiles y juveniles (Copa Los Potrillos, Torneo Intercolegial, Abierto Juvenil, etc.)
En parte, ventaja fortuita. En parte, mérito. Entre una y otro, el polo argentino lleva 86 años en el pedestal. Tuvo diferencias internas, pero las resolvió sin intentar destruir al otro bando. Invirtió. Salió al mundo. Compitió. Usufructuó ventajas naturales. Se organizó. Lideró. Y hoy es la disciplina que su nación encabeza en el mundo. Abismalmente. Como ninguna otra. Quizás, como ninguna otra actividad, incluso fuera del deporte.
Cuatro grandes de la historia: Juan Carlos Harriott (h.), Francisco Dorignac (quien más tiempo fue presidente de la AAP: 12 años), Gastón Dorignac y Horacio A. Heguy, ganadores de la Copa de las Américas en Palermo tanto en 1966 como en 1969.
Manifestaciones de la supremacía argentina en el polo
- La gira del seleccionado en el año 1.922 a Estados Unidos e Inglaterra, en la que el equipo conquistó el abierto nacional de cada uno de los dos países.
- Las dos medallas doradas olímpicas (París 1924 y Berlín 1936).
- 6 victorias sobre 8 disputas de la Copa De Las Américas (vs. Estados Unidos).
- 5 conquistas del Mundial de 14 Goles, sobre 9 actuaciones en 11 campeonatos.
- La gran cantidad de certámenes de alto handicap en el calendario de la AAP.
- La Triple Corona con piso de 28 goles de handicap, 2 más que el techo de los mejores torneos extranjeros.
- El número de jugadores de alto handicap, actuales y pretéritos (44 con 10 goles de valorización).
- Los dos mejores polistas de la historia: Juan Carlos Harriott (h.) y Adolfo Cambiaso.
- El Campo Argentino De Polo, máximo escenario del planeta.
- La cantidad y la calidad de caballos argentinos en el exterior.
La imponencia de la torre olímpica de Berlín '36 es testigo de la jugada de Manuel Andrada, el capitán Bryan Fowler, Andrés Gazzotti y el capitán William Hinde en Argentina 11 vs. Gran Bretaña 0, el partido decisivo por la medalla dorada, en la cancha contigua al Olympiastadion.